Conciertos y festivales: el nuevo privilegio

La inflación, la venta de “experiencias exclusivas” y el crecimiento de la demanda, en conjunto con fenómenos como la reventa, la globalización, el streaming y la pandemia por COVID-19, forman parte de las causas del aumento de precios en eventos musicales, al punto de hacerlos inaccesibles para la mayoría.

Créditos: gilaxia/Getty Images/iStockpho, recuperada de Expansión

A estas alturas es imposible esconder que, más allá de los estragos de la inflación a nivel mundial, se ha gestado un alza particular en los precios de conciertos y festivales. Así lo confirma información presentada en un estudio de la Casa Blanca, en Estados Unidos, realizado durante el gobierno de Barack Obama, titulado “Rock and Roll, Economics, and Rebuilding the Middle Class”, que expone que los precios de boletos aumentaron 400% entre 1981 a 2012, lo que es más del doble que la inflación general de precios al consumidor, que fue de 150% en el mismo período.

Para aportar datos más recientes, vale la pena prestar atención a los festivales más codiciados en nuestro país, cuyas entradas fueron considerablemente más caras en 2022 que en 2019, previo a la pandemia por COVID-19. Es importante mencionar que los precios de festivales se establecen por “fases”, con un costo inicial que va aumentado conforme éstas avanzan. Dicho esto, retomando información de 24 Horas MX, tenemos el ejemplo del Corona Capital, cuyo abono general (para todos los días del evento) “fase 1” se vendió en 2 mil 198 pesos en 2019, mientras que en 2022 su valor fue de 3 mil 900; lo que representó un incremento de 77%, tan alto que difícilmente se justifica con el día extra con el que contó en dicha edición.

Pero, si no es sólo a la inflación, ¿entonces a quién más debemos señalar por este fenómeno que está dejando a tanta gente sin la posibilidad de disfrutar de la música en vivo? Lo más común es responsabilizar a las boleteras, sin embargo, Jesse Lawrence, fundador de TicketIQ y de FanIQ, explicó a Fortune que “es el propietario de las entradas quien realmente fija los precios”. Esto coincide con la información que otorga la empresa Ticketmaster en su página oficial: “los precios de los boletos son establecidos por los promotores, artistas o por sus representantes, no por Ticketmaster”.

Harry Styles en CDMX (2022) Crédito: Instagram oficial de Harry Styles. 

Esto no significa que se trate de un acto deliberado y codicioso por parte de los artistas (al menos no del todo), sino que tiene una explicación más profunda. Para entenderlo habría que reflexionar sobre las fuentes de ingreso de los artistas hoy en día, ya que nos encontramos en la era dorada del streaming. Prueba de ello son los 381 millones de usuarios activos mensuales con los que contó Spotify en 2021, según datos de la propia plataforma, que se mantiene como la más grande a nivel mundial. Esto no parecería un problema, si no fuera por las ya conocidas controversias en las que se ha visto envuelto Spotify y otros servicios de streaming por pagar poco a los artistas que publican su música en ellos. 

Tal ha sido el escándalo, que en 2014, la afamada artista pop Taylor Swift retiró su música de Spotify en forma de protesta. Finalmente, tras llegar a un acuerdo, Taylor regresó a Spotify en 2017, sin que esto significara el fin de esta discusión. Tanto es así, que a la fecha los artistas se ven en la necesidad de subir los costos de sus boletos, porque llenar grandes recintos en sus shows parece ser mucho más rentable que el streaming.

Sin embargo, esto no exime a las boleteras de otras actividades que encarecen los accesos y que en general, alejan la música en vivo de gente con menos recursos. Una de ellas es el cobro de cargos por servicio, que suele ser de alrededor de 200 pesos y que sólo puede ser evitada comprando los boletos directamente en el recinto. La cosa es que cada vez es más común que ya no se vendan entradas en los inmuebles, situación que, aunada al monopolio de empresas como Ticketmaster, dejan al consumidor sin ninguna otra opción que no sea pagar los cargos.

Un segundo aspecto se remonta al auge del negocio de la reventa, en el que ciertas personas adquieren cantidades absurdas de boletos para venderlos a costos injustos a quienes no hayan conseguido entradas. Es entonces que las boleteras y los representantes se dieron cuenta de cuánto realmente está dispuesto a pagar un fan por ver a su artista favorito, por lo que decidieron adelantárseles a los revendedores, subiendo los precios. Tal parece que no importa lo altos que sean: siempre habrá alguien que acepte pagarlos. 

Otro punto es el acceso privilegiado a la compra virtual para usuarios de ciertas tarjetas de crédito de determinados bancos. Ejemplo de ello es la famosísima “preventa Citibanamex”, y la “preventa Priority” que ofrece Ticketmaster, en la mayoría de sus eventos, para quienes poseen dichas tarjetas del banco Banamex. Esto, por supuesto, le quita la oportunidad de conseguir un buen lugar -en algunos casos, un lugar, a secas- a quienes no cuentan con ellas. Y aunque es verdad que se trata de un beneficio que Banamex ofrece a sus usuarios, es válido cuestionar si no todas y todos deberíamos tener el mismo derecho a los eventos culturales y la recreación, como lo son los conciertos y festivales.

Así mismo, han ganado popularidad las “experiencias exclusivas”, que han superado por mucho a los lugares VIP y los llamados meet&greet, por lo que sus costos también se han elevado. Regresemos al ejemplo del Corona Capital, pues en la edición 2022, se ofertó la opción “Área Club”, que incluía un lugar privilegiado cerca del escenario, baterías para celulares, wifi, baños premium, alimentos y bebidas, guardarropa, entre otros servicios, por la cantidad de 40 mil pesos, es decir, lo equivalente a más de 231 días de trabajo con el salario mínimo en México (172.87 pesos). En ese sentido, podemos preguntarnos si realmente es necesario pagar por cosas así para disfrutar la música y, más importante aún, si sólo las personas que pagan esa cantidad deberían poder acudir a algo tan básico como un sanitario digno.

Otro conflicto tiene que ver con el incremento de la demanda. Una de las causas fue la pandemia por COVID-19, ya que el aislamiento ha provocado una especial euforia por los eventos masivos. Así mismo, la globalización ha permitido que sea muchísimo más fácil conocer a nuevos artistas, que a su vez se convierten en fenómenos mundiales, expuestos a una fama difícil de dimensionar. Muestra de ello es el puertorriqueño Bad Bunny, cuya fama ha provocado que los boletos de su última gira se vendieran como pan caliente a precios impagables para el grueso de la población. Un ejemplo más reciente es el de el grupo de k-pop Blackpink, puesto que el costo oficial de las entradas para su fecha en el Foro Sol este año alcanza hasta los $29,500, más los cargos por servicio. Volvemos al punto: un fan parece hacer lo que sea por ver a su artista preferido, y eso es algo que la industria sabe. 

Créditos: instagram oficial de Blackpink

En ese sentido, también es conveniente hablar de “la industria de la superestrella”, un concepto tomado del estudio de la Casa Blanca mencionado al inicio de este reportaje. En él, se explica una teoría desarrollada por el economista Sherwin Rosen, que señala que los efectos de superestrella están impulsados por la “sustitución imperfecta” y la “escala”. En síntesis, la sustitución imperfecta significa que la audiencia prefiere escuchar una canción de su artista favorito que una y media de otro artista, mientras que la escala se refiere a que un sólo músico puede cubrir una audiencia enorme. 

Lo anterior es una de las claves para entender cómo funciona la fama hoy en día y por qué los músicos emergentes tocan prácticamente gratis, mientras hay gente endeudándose por ir a ver a Bad Bunny, Taylor Swift, Blackpink o Harry Styles, quienes encarnan la figura de la superestrella. Artistas, representantes y boleteras entienden esto y por eso algunos de ellos han optado por los “dynamic prices”, un proceso en el que el precio de los boletos se actualiza en tiempo real en internet según la demanda, tal y como lo hacen empresas como Uber para establecer sus tarifas.

A pesar de que músicos como Paul McCartney y Taylor Swift han hecho uso de los dynamic prices antes, fue el caso del rockero estadounidense Bruce Springsteen el que encendió la llama de la indignación entre sus fans en julio del año pasado. Muchos de los seguidores de la estrella de los 70s se volvieron en su contra cuando se vendieron boletos para su show a través de Ticketmaster de esta manera, haciendo que hubiera boletos valuados en 5 mil dólares. Y aunque el New York Times aclara que es muy difícil encontrar a alguien que haya pagado esa cantidad, ya que se trataba más de un juego de especulación, la verdad es que sí se vendieron boletos a mayor precio gracias a los dynamic prices, entre otros motivos. 

Son esos mismos factores los que están provocando que la música en vivo se convierta en algo que sólo unos pocos pueden costear, obstaculizando que las personas con menos recursos puedan tener acceso a eventos musicales; algo preocupante si tomamos en cuenta lo mucho que se dice que la música es el lenguaje universal, que no conoce de barreras como el idioma, las fronteras, o en este caso, la clase socio-económica. 

Por otro lado, también es relevante mencionar que el acceso a la cultura no se trata únicamente de ir a ver a los tres artistas más grandes del momento, y en ese aspecto también queda un largo camino para promover la escucha de artistas emergentes. Esto no está peleado con señalar y hacer crítica ante el profundo y complejo problema sobre el que intentamos arrojar un poco de luz en esta ocasión. 

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